Las cocineras de Fenley by Jennifer Ryan

Las cocineras de Fenley by Jennifer Ryan

autor:Jennifer Ryan [Ryan, Jennifer]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-02-23T00:00:00+00:00


Zelda

Había una lata de carne en medio de la larga mesa de la cocina de la fábrica. Más allá, continuaba el turno de tarde, con su ritmo lento. Mujeres con largos delantales blancos recogían y fregaban lo que se había ensuciado con la organización y el servicio de la comida, y se empezaban a preparar para servir la cena. Zelda había elegido ese momento para crear lo que pudiera a partir de… muy poco.

—No puedo creer que todo se reduzca a esto. —⁠Se quedó sentada mirando la lata con un profundo asco.

Doris, la pálida y joven ayudante, también miraba la lata, pero los pensamientos que cruzaban por su mente eran muy distintos.

—Parece muy poco apetitoso. ¿No podría encontrar algo mejor?

Zelda tenía la vista puesta en el cerdo de Audrey hasta que se enteró de que en realidad era propiedad de un club porcino. Esos grupos habían aparecido por todas partes: vecinos y amigos criaban unos cuantos cerdos, y después, cuando los mataban, dividían el producto obtenido. «Así tienes un buen trozo de carne para asar y unas cuantas chuletas de cuando en cuando, en vez de tener que comértelo todo de una vez cuando sobra», le había dicho Audrey.

Al parecer, el club porcino de Audrey estaba guardando su último cerdo para Navidad. Zelda no tenía ni idea de por qué la gente ahorraba cupones de comida y almacenaba azúcar ya desde el verano, pero toda la nación parecía estar obsesionada con la Navidad y se dedicaba a engordar gallinas, patos, conejos y cerdos para la matanza anual. Las Navidades apenas habían existido para ella desde que era niña. Cierto año su madre llegó a casa con un hombre, que le dio a cada uno de los niños un penique para que se lo gastaran en caramelos y así quitárselos de en medio. Ella guardó el suyo, con miedo de gastarlo y comérselo; no quería que desapareciera en un solo momento que nunca se repetiría. Pero su hermana se lo robó del sitio donde lo había escondido, y ahí se acabó todo. Otra Navidad, una señora de la iglesia fue a su casa y les dijo que, si iban a la iglesia, les darían comida gratis para que pudieran tener una buena cena (habían hecho una colecta para los pobres). Pero su madre le dijo que no eran pordioseros y le cerró la puerta en las narices. Zelda gritó e intentó salir corriendo detrás de la mujer, pero su madre la agarró, le tiró de la oreja hasta que acabó en el suelo y le dio una patada. Habría podido cocinar una buena cena con toda esa comida gratis. La desesperación ya la había vuelto muy consciente del poder de la buena cocina.

Zelda miró fijamente y con fastidio la carne enlatada. La primera ronda le había parecido muy injusta; no había dejado de recriminarse por no haber usado el scrod, como había hecho en su plato de prueba. Ahora tendría que compensarlo. Entre otros elementos, había considerado optar por entrañas, porque



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